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Círculo y cuadrado

Texto curatorial completo de la exposición "Círculo y cuadrado" 

por: Julia Buenaventura

John y Michael, los gemelos cuyo caso describe el neurólogo Oliver Sacks, no sabían sumar, dividir o realizar las más básicas operaciones matemáticas, dígase responder cuánto es 3 por 7. Sin embargo, podían memorizar números enormes con tan solo escucharlos una vez, reconocer los primos en cifras de más de seis dígitos e indicar, sin equivocarse jamás, qué día de la semana caería cualquier fecha que se les propusiera en un rango de 40.000 años para adelante y 40.000 años para atrás. La escena de los fósforos es clásica, y el relato de Oliver Sacks, no deja de resultar sorprendente:

 

Se cayó de su mesa una caja de cerillas y su contenido se esparció́ por el suelo: «111», gritaron ambos simultáneamente; y luego, en un murmullo, John dijo «37». Michael repitió esto, John lo dijo por tercera vez y se paró. Conté́ las cerillas (me llevó un rato) y había 111.

—¿Cómo pueden contar las cerillas tan de prisa? —pregunté.

—Nosotros no contamos —dijeron—. Nosotros vimos las 111.

[…]

—¿Y por qué murmuraron ustedes «37» y lo repitieron tres veces? — pregunté a los Gemelos.

—37, 37, 37, 111 —dijeron al unísono.

Y esto me pareció aun más desconcertante, si cabe. El que viesen 111 (la «111-idad») en un relampagueo era extraordinario (…) Pero luego habían pasado a descomponer en factores el número 111: sin disponer de ningún método, sin «saber» siquiera (del modo ordinario) lo que eran factores.

[…]

—¿Cómo hicieron ustedes eso? —dije, con cierta ansiedad.

Ellos indicaron, lo mejor que pudieron, en términos pobres e insuficientes (pero quizás no haya palabras que correspondan a tales cosas) que ellos no lo habían «hecho», que sólo lo habían «visto» en un relampagueo.

 

Los gemelos, diagnosticados como autistas, psicóticos o gravemente retardados, pasaron a engrosar las filas de los “sabios idiotas”, pues los analistas, rápidamente, llegaban a la conclusión de que tenían un algoritmo mental inconsciente --¡¿un algoritmo mental inconsciente?!-- que les permitía calcular una serie de asuntos inútiles, aunque curiosos. Sin embargo, nadie, solo Sacks, parecía reparar en lo que ellos mismos afirmaban: la posibilidad de ver las cantidades, no contarlas, no calcularlas. Insisto: una capacidad de ver el 111 desplegado en el espacio, a golpe de vista, y no en el tiempo secuencial propio del cálculo. Los números eran concretos para ellos, espaciales y tangibles, sin el más mínimo atisbo de lo abstracto. Y es que los números, si bien sirven para contar, tienen antes de eso un ser como entidades, una cualidad propia. Si se quiere, una personalidad. ¿Quién no conserva como un tesoro escondido desde la infancia su número favorito?

 

A pesar de tantos años de escuela, cada uno de nosotros siguió sospechando profundamente que los números no eran solo cantidades, sino entidades que podíamos conocer de otras formas diferentes al cálculo. La matemática escolar suele resultar incomprensible, justamente por concentrarse en la parte abstracta de los números, sin jamás explorar su naturaleza concreta, sensible, fenomenológica. ¿Qué mayor placer hay que encontrarse con Pi a través de una cuerda que mida en diámetros la circunferencia?

 

Visitando los talleres de artistas para organizar esta exposición, los números, la geometría, el azar y la probabilidad aparecieron por todas partes. En una mesa había un dado y un lápiz, y la relación entre ellos era más que evidente. En otra, una serie de fotos de los números de los vagones del metro de Ciudad de México, develaba un interés particular por saber cuántas veces se podría viajar en un mismo vagón en un determinado lapso –no imagino la alegría de la artista al subirse al vagón 757 por tercera vez en un mes, asunto sino imposible, bastante improbable. En otro, progresiones matemáticas se extendían por las telas, al quitar pacientemente pedazos de hilos, dibujando así unas figuras geométricas monocromas. En cada uno de estos casos, los números querían ser vistos, no contados, con lo que aparecía, ante mis ojos, el carácter olvidado de las cifras. Y con esto, no me refiero a una exploración numerológica o a una búsqueda mágica, sino a una serie de experimentaciones racionales que, lejos de ser abstractas, eran espaciales y concretas.

 

En otros talleres, aparecían los rastros de la ciudad y su desmesurado amor por el cuadrado y, claro, por su amigo el rectángulo (y un rectángulo no es nada más que una suma cuadrados). En pinturas e instalaciones se asomaba nuestro mundo parcelado por las rectas: la división de la tierra en cuadras, la división de las cuadras en lotes, la división de los lotes en cubos, la división de los cubos en habitáculos regulares y uniformes. Hace unos días les dije a mis estudiantes, díganme: ¿cuántos cuadrados y rectángulos ven a su alrededor?: Comiencen por la ventana, la mesa, la pantalla y el teclado, y sigan…  Unos me suplicaron piedad: Julia, no los podemos contar, voy en 17 y aún no he acabado. ¿Cuántos círculos?: 3, a lo sumo, 7.

 

En fin, los números como cifras concretas y los rastros de un caos regido por leyes matemáticas, aparecen a lo largo de esta exposición, o mejor, a lo largo de sus artistas contemporáneos, no de los modernos. Los modernos, --y modernidad ya es una palabra que denota pasado, tal como el término “futuro”— trabajaban la geometría de una forma muy diferente. Los modernos, Ramírez-Villamizar o Jesús Rafael Soto, no trazan una geometría llena de huellas de lo tangible, de la ciudad, de su caos, sino una geometría que se abre como una ventana a un porvenir inmaculado. Para los modernos el arte geométrico está lleno de futuro; para los contemporáneos el arte geométrico está lleno de pretérito, de otro camino diferente a la utopía, a matemáticas abstractas y a números vacíos.

 

Por último, Círculo y cuadrado, el título de esta exposición, es una cita al movimiento fundado por Torres-García en la década del 30. La dicotomía propuesta es certera, se trata de las dos únicas figuras geométricas que existen, de hecho, solo existe un círculo y un cuadrado, que vemos de lejos o de cerca. Y, sin embargo, su oposición es clara, el círculo, el 1, ya estaba inventado cuando nosotros llegamos al mundo –las gotas cayendo en el lago se encargan de declararlo–, mientras el cuadrado, el 4, es nuestra única contribución al universo, por eso nuestra vida gira en su homenaje, basta mirar el piso en donde sus pies se asientan y los lienzos que se extienden por la sala.

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